Vivimos en un mundo nuevo, con diferencias profundas si lo comparamos con el mundo en el que nacimos y crecimos.
Los medios a través de los que circula la información se han multiplicado y el poder simbólico de las imágenes y las palabras ejerce una gran influencia sobre el estado de ánimo ciudadano.
Conscientes de que lo simbólico, lo que implica de manera preferente a la esfera de la imagen, puede resultar crucial a la hora de obtener aprobación o desaprobación pública, son muchos los políticos que han optado por dedicar todos los esfuerzos a la superficie de las cosas.
No estaríamos ante un problema real si el envoltorio no les hiciera olvidar el contenido o si la sublimación de la estética no les hiciera desatender la ética.
Pero, ¿qué problema implica que lo decorativo anule lo real? ¿Cuál es el riesgo de que una palabra termine quedando desprovista de significado a fuerza de un uso adulterado?
El problema, para quienes ejercen la idolatría de lo estético, es que la verdad siempre sale a flote, tanto si es una verdad conveniente como si, por el contrario, es desagradable, inoportuna o negativa.
Y el riesgo, para el conjunto del país, es que cuando la población descubre que se le ha inundado con palabras vacías, termina por desconfiar, por no creer y por alejarse.
No se puede dirigir un país de manera responsable a base de eslóganes, ni se puede maquillar la realidad componiendo frases que dejarán desnudos en el corto plazo a quienes las pronuncian.
Cuando alguien tiene la responsabilidad de gobernar, también tiene la responsabilidad de cuidar del sistema democrático, fortaleciéndolo. Y para empezar, bueno sería que hablasen con más verdad, ejerciendo el poder sobre la base del respeto a la ciudadanía. Tratando de convencer con argumentos comprensibles, pero cargados de afirmaciones sinceras. Llenando de contenido las palabras en lugar de vaciándolas para acomodarlas a sus intereses.
“Prosperidad para todos” es un gran ejemplo de vacuidad conceptual, de constructo semántico que ya no significa nada y que, al no tener correlación con la verdad, termina por activar sentimientos de fraude y engaño.
Cuando un gobierno cuida su eslogan institucional, invirtiendo grandes sumas de dinero para propagarlo, pero descuida las acciones que lo convertirían en un eslogan cercano a la verdad, está levantando un enorme muro que separa la realidad de la ciudadana de la ficción política. Y en ese muro caen abatidas la credibilidad y la confianza. Pero de ese muro emerge la desafección política, causa primera del debilitamiento democrático e institucional.
A base de acciones estéticas y frases para la galería, combinadas con falta de políticas de Estado, el gobierno se convirtió en una representación estética de lo que le gustaría ser pero no supo ser.
A través de poses ensayadas delante de un tele-prompter, Santos se convirtió en un Presidente desiderativo, en un actor del guión imaginado, en el tipo de Presidente que algún día soñó ser.
Y finalmente, la política gubernamental se convirtió en una mezcla perfecta de interpretación dramática hacia afuera y de reparto de prebendas burocráticas hacia adentro.
Colombia merece otra cosa. Y los colombianos necesitamos otra cosa. Recuperar nuestra propia esencia a través de un rumbo seguro requerirá un esfuerzo notable. Y esa tarea, ardua pero necesaria, debe empezar por el modo en que nos dirigimos a los colombianos. Para recuperar la esencia de Colombia tendremos que recuperar primero la esencia de las palabras.
Palabras vacías, el envoltorio de la nada
Mié, 13/11/2013 - 05:43
Vivimos en un mundo nuevo, con diferencias profundas si lo comparamos con el mundo en el que nacimos y crecimos.
Los medios a través de los que circula la información se han multiplicado y el pod
Los medios a través de los que circula la información se han multiplicado y el pod