Petro se va

Mar, 11/02/2014 - 15:12
Se necesita ser ciego para no ver que existen buenas intenciones en la Alcaldía de Bogotá. Se requiere ser sectario para no compartir ciertos criterios sociales que buscan la equidad en la gestión
Se necesita ser ciego para no ver que existen buenas intenciones en la Alcaldía de Bogotá. Se requiere ser sectario para no compartir ciertos criterios sociales que buscan la equidad en la gestión del alcalde Gustavo Petro. O tuerto para no vislumbrar los intentos del gobierno distrital por la protección de los animales, por la preocupación humana con los recicladores, por la visión futura con el medio ambiente y la decontaminación, por el valor sostenible del agua. Se necesita ser sordo para no escuchar en el discurso de Petro una mirada solidaria con los pobres y con los sectores desfavorecidos y que en su plan de gobierno que genera oportunidades para los sectores que nunca las han tenido. Pero también se necesita ser miope para no percibir el carácter autoritario y el temperamento arbitrario del jefe de los Progresistas en el Palacio Liévano. Hay un sabor revanchista y de resentimiento de clase que se siente en cada una de sus medidas. Quizás su vocación populista lo ha llevado a acostumbrarse y acostumbrar a sus furibundos seguidores a expresar con gusto el desprecio por los ricos, a dejar deliberadamente huecos en las calles de los ricos, a sentir cierto gozo con que se dañen los carros de los ricos con los huecos. En fin, toda esa especie de frases clasistas y populistas que exacerban los ánimos de los seguidores de Petro y que recuerdan más al agitador de masas que había en Jorge Eliecer Gaitán, que al estadista que existía detrás de esa locuacidad efervescente. Y es que el discurso de Petro no es conciliador, mediador o de diálogo. Tiene que ser radical y vociferante. Tiene que levantar los espíritus de los desarrapados y generar odio hacia los que supuestamente se han beneficiado de las inequidades y de los malos manejos centenarios. Petro no es ni mucho menos un pensador como Antanas Mockus, que se preocupaba por generar un saldo pedagógico en cada actuación suya con miras a impulsar una nueva forma de hacer política a partir de una nueva concepción de ciudadanía. Su cultura ciudadana aún se recuerda con gratitud en Bogotá y buena parte del país. Mockus tiene un discurso incluyente, una manera de seducir convocante y sobre todo una mirada reeducadora para que todos sientan que se pueden cambiar las cosas, que se puede generar equidad y se puede ser solidario con los pobres pero no a partir del odio de clase sino del amor por los otros, de la comprensión hacia los demás y de la tolerancia con los diferentes. Petro no es un visionario de la calidad de vida ni un ejecutor al estilo de Enrique Peñalosa que se dio la pela para  hacer que los niños pobres tengan escuelas dignas y bibliotecas sin hacer aspavientos populistas, o que se enfrentó a los ricos por los prados del Country Club sin exhibir banderas proletarias ni odios contra los poderosos. Petro no es un académico como Sergio Fajardo, que ha hecho su política tanto en la alcaldía de Medellín como en la gobernación de Antioquia con la meta de que no exista un solo niño que no vaya a la escuela y ha introducido un estilo de no transar con la politiquería, sin recurrir a los bajos instintos ni a los resentimientos de los pobres para levantar aplausos hacia sus medidas equitativas. Petro no se parece a un Lucho Garzón que se ocupó porque los niños tuvieran desayunos en sus escuelas y tiene un comportamiento solidario con los pobres pero sin dejar de ser conciliador con los ricos. Incluso se ha sabido ganar lo voluntad de aquellos que le tenían miedo por izquierdista. Petro ni siquiera se parece a su mejor amigo Antonio Navarro, que ha sido alcalde, gobernador y ministro y lo que ha dejado es una huella de eficiencia administrativa y un ánimo de negociador que lo mantiene vigente como un hombre de izquierda pero ponderado, con criterio social pero centrado. El estilo de Petro se parece más al de Hugo Chávez, o al de los socialistas del siglo XXI que gritan todavía abajos al imperialismo yanqui y ven a la CIA en todos los rincones del planeta persiguiendo demócratas. Estos temperamentos producen en la práctica mucho ruido y pocas nueces. Medidas sonoras y provocadoras en las que se da prioridad al efecto en las bases populares antes que a la efectividad en una ciudad donde quepan todos. Por eso Petro asusta pero no solo a a los ricos, sino a la clase media y a la gente que le apuesta a un país equitativo pero incluyente. A la gente que quiere superar la guerra con todas sus secuelas, sus odios y sus espíritus revanchistas. Petro con su verborrea populista es una amenaza para el posconflicto porque a la hora de perdonar y reconstruir prefiere la perorata del radicalismo verbal y la histeria que provocan su frases teñidas de emociones insurreccionales. Los petristas hoy manejan esa fina línea entre la justicia y el justicierismo, en la que descalifican a quien no está dispuesto a inmolarse por su gestión. Y como hay muchos funcionarios que sí están dispuestos a hacerse matar por Petro, porque la pedagogía que se imprime a los empleados del distrito es la del ahora o nunca, en la que el héroe es la víctima de los ricos, pues los que no juran que apoyan su gestión le espera mínimo las tinieblas exteriores. Los petristas no sólo no le perdonaron jamás a Peñalosa que hubiera aceptado el apoyo del uribismo en las pasadas elecciones a la alcaldía, que por eso ganó Petro, sino que en su sectarismo prefieren que la Alianza Verde no tenga una opción viable para la presidencia. Es como si a Petro no se le hubieran perdonado que votó oportunistamente por el procurador Alejandro Ordoñez, que hoy es quien le pone la soga al cuello. Pero peor aún lo que manejan los petristas hoy es la posibilidad de un canje perverso. Ellos apoyarían la reelección del presidente Juan Manuel Santos con la intención de que el presidente no firme el acto de destitución emitido por el procurador. Es un mal cálculo porque el presidente no se va a echar encima a las clases medias bogotanas, que aunque se solidarizan con Petro no ven con buenos ojos lo que ha sucedido posteriormente. La toma de la Plaza de Bolívar y el balcón de la alcaldía y la tutelatón que tan orgullosamente pregonan los petristas, han dejado el sabor de que es bueno culantro pero no tanto. Los petristas confunden la solidaridad de los colombianos con la medida arbitraria del procurador en su contra, con la identidad con el proyecto Petro. Y ahí se equivocan. Una cosa es que a la gente le molesten las actitudes fachas del procurador y otra que acepte las medidas autoritarias y populistas del alcalde Petro. Por eso están soñando sí creen que Santos va a hacer algo diferente de firmar la destitución. La popularidad de Petro sí ha subido pero por la solidaridad de los colombianos contra las medidas fachas. Pero no se equivoquen. Eso no es un referendum con las medidas arbitarias de Petro o de su estilo de gobierno, que no se diferencia mucho del estilo del procurador. Absolutistas y negacionistas del otro.
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