“Todos han visto todo: todos lo saben ya… Y si no han visto todo, cada uno lleva en sí un pedazo de infamia.” Leopoldo Brizuela
Ver una parte del país conmocionado, atento y sin respiro a cada gesto que ocurre en el encierro del reality “Protagonistas de Nuestra Tele”, despierta en quienes poco frecuentamos la caja televisiva una cierta curiosidad. Ahí estuve, entonces, mirándola con ojo y mentalidad abierta con el deseo de entender, y vaya que entendí. Tres grupos “colaboracionistas” juegan una partida de reglas y resultados implícitos, cada uno de ellos fingiendo, por comodidad, facilismo e interés, no entender lo que hace y ocurre:i) Un grupo de televisión (canal) dispuesto a obtener rating a cualquier precio, para elevar las tarifas publicitarias y obtener prestigio y réditos comerciales.
ii) Un grupo de personas “escogidas” para aspirar a convertirse a cualquier precio en actores de la televisión nacional, sin que para ello medie vocación, aptitud o preparación de alguna naturaleza.
iii) Un grupo numeroso (ísimo) de televidentes en espera voyerista y morbosa entregado pasivamente a unas imágenes con la neurona más receptiva que una esponja y más desprevenida a cualquier crítica analítica que un bebé.
Estos tres grupos se confabulan cada noche en un rito de embrutecimiento colectivo, descarnado y sin ningún prejuicio. ¿Quiénes las víctimas y quiénes los explotadores de este lamentable tablero? Difícil decirlo, es un acuerdo mutuo e implícito, nunca hablado por negligencia de unos, por conveniencia de otros, por desidia, por “desparche” dirán justificatora y simpáticamente algunos. Irresponsable me atrevo yo. ¿Será posible no detectar que en la supuesta libre escogencia de los aspirantes a actores, hay un evidente sesgo que lleva a seleccionar a un grupo de personas de características bien peculiares entre las cuales figuran en prioridad la apariencia física y la capacidad de crear conflicto primario, y, claro, que este compendio de “cualidades” divierta al respetable público? ¿Será posible no detectar que en esa farsa de mala monta, jugada en cada insufrible sesión, el libreto prefabricado que impone el canal de televisión? ¿Cómo no ver que la espontaneidad se limita a burdos diálogos, torpes, agresivos, humillantes en muchos casos a los que se libran los futuros actores de nuestra televisión? ¿Sera posible no darse cuenta que cuando se permanece todo el tiempo con una cámara en frente y conectado a un micrófono, por inalámbrico que sea, es casi imposible ser espontáneo y que sólo es posible ejecutar lo acordado, lo ordenado, lo pactado: crear conflicto porque eso nutre el rating y da de que hablar a los doctos, que son todos, los televidentes de esta ordinariez? Y claro, se olvida uno que estos protagonistas están allí para concursar por un mérito actoral; obvio, es que en medio tanta pantomima esto es lo de menos, las pruebas de actuación carecen de importancia, aquí lo esencial son las amenazas de convivencia, son el meollo del asunto. El panorama audiovisual de nuestra televisión: noveluchas, realities, chismografía, amarillismo noticioso y parcializado, ausencia de emisiones culturales, ese el menú principal de los canales privados. ¿Así pretendemos elevar el nivel educativo e intelectual de nuestro país? Dan ganas de llorar cuando se observa un grupo de gente, particularmente entre los más jóvenes, tener discusiones "serias" sobre la conveniencia de la eliminación de algún participante de los baladíes realities que hostigan la pantalla plana (sí, plana de interés a la dignidad neuronal). ¿Tendrán estos vehementes conversadores la voluntad, o lo que es peor la capacidad, de discutir con el mismo ahínco y propiedad de algún libro recién leído? Aquí la responsabilidad es de todos, y que nadie aparente no tenerla. Los medios televisivos por negarse a elevar el nivel cultural y educativo y creer que esto riñe con la generación de riqueza; los televidentes que por facilismo intelectual caen en estas propuestas y se niegan dóciles a cambiar de canal; los aspirantes a actores que contribuyen enormemente con sus actos, palabras y ramplonerías a entorpecer al público y a satisfacer las apenas soterradas intenciones de los canales. Qué nadie finja no entender esta mediocridad en que estamos empantanados. Cuánta razón le asiste al Nóbel Vargas Llosa cuando afirma en su último libro que la cultura se evapora y que sólo resta una “civilización del espectáculo” cuyo objetivo es divertirse a cualquier precio, a expensas de la calidad y del intelecto. Notícula: A creer la encuesta de El Tiempo publicada el 13 de agosto de 2012, el 66% de colombianos ven realities. De que inquietarse…