'Tirza' o un espejo a Occidente

En la vida de Jörgen Hofmeester todo es como Dios manda: un trabajo en una prestigiosa casa editorial holandesa; una esposa y dos hijas, todas muy atractivas; una casa con jardín en el barrio más exclusivo de Amsterdam. El libro empieza con la fiesta de grado que Hofmeester le organiza a su adorada hija menor, Tirza, que está a punto de viajar al África. El editor se pasea entre los invitados repartiendo cocteles y ofreciendo las bandejas de sashimi que él mismo ha preparado. Pronto aparecen grietas en esta realidad: la esposa de Hofmeester acaba de regresar después de tres años de ausencia. Tirza llega tarde con Chukri, su novio que para Hofmeester es la imagen exacta de Mohammed Atta. Así arranca la tragedia de una familia burguesa, en la que la buena educación, la cultura, y la estabilidad económica han sido cuidadas con excesivo esmero. Es justo cuando los lectores nos acomodamos en este mundillo familiar, y casi ideal, que el autor, sin reparo alguno, nos lleva por los corredores más insospechadamente oscuros. El libro da un giro violento e inesperado, y nos abandona en ese marco estético y sociocultural, que ya no puede sostenernos. El tono es atípico para Grunberg, quien en su escritura, siempre lúcida por cierto, tiende a ser cálido y dado al humor. Este Grunberg, más maduro, habiendo tenido más de diez años para digerir el 11 de septiembre y lo que le pasó al mundo, se atreve a destapar el lado más negro de la condición humana, no sin dejar de lado su característica ironía. Grunberg, a través de esta extraña historia, se atreve a cuestionar el occidente laico, rico, permisivo y altamente educado, en donde parecería no existir riesgo alguno. Tirza ya no es el Grunberg que buscaba entretener, y deleitar. Es un pensador que ha madurado y que se atreve a hacerle frente a las cuestiones morales.