¿Y dónde están los indignados?

Lun, 24/06/2013 - 01:06
Mientras que en el resto del mundo se gestan movimientos estudiantiles y sociales que salen a las calles a manifestarse contra la corrupción, la tiranía, l

Mientras que en el resto del mundo se gestan movimientos estudiantiles y sociales que salen a las calles a manifestarse contra la corrupción, la tiranía, la falta de oportunidades y la exclusión, aquí, en Colombia, una nación con un rosario de problemas interminables, la gente, por miedo o conveniencia, se come el estúpido cuento según el cual somos uno de los países más felices del mundo, obviando con ello lo evidente: las finanzas públicas están desangradas por el robispicio de los políticos y sus cómplices; la administración de justicia se desquició; quienes salen de la universidad no encuentran trabajo y, si lo hacen, les pagan una miseria; la pobreza crece como un monstruo de mil cabezas, y la violencia de los grupos armados delincuenciales dejan huérfanos y viudas a tutiplén. Nadie puede ser feliz rodeado de tanta inmundicia.

En los países en los que se han dado ese tipo de levantamientos civiles, por ejemplo los del norte de África, en donde las garantías democráticas eran prácticamente inexistentes, el pueblo salió a las calles y se pronunció con absoluta valentía y arrojo, para reclamar por años de injusticias y atropellos. Venciendo el miedo al absolutismo, la “primavera árabe” floreció. De este lado del planeta, en Argentina, Venezuela y Brasil, los ánimos están caldeados, las revueltas se han tornado violentas y la situación parece salirse de control, cosa que por supuesto no está bien. No se entiende cómo en Colombia, estando vigentes todavía ciertas prerrogativas constitucionales que protegen el derecho a expresarse libre y pacíficamente, la sociedad sigue anquilosada y dormida. En un país serio, ya habría movilizaciones y encuentros en todas las regiones para exigirle a los órganos de control que aclaren la oscura adquisición de cerca de 70.000 hectáreas de tierra en la altillanura, por parte de un grupo de empresarios al parecer “intocables”. En un país decente, el embajador de Colombia en Washington, Carlos Urrutia, tendría que renunciar, por cuenta de la participación de su firma de abogados en la estructuración de un modelo jurídico “sofisticado”, que a todas luces tenía como único propósito encontrarle el esguince a la ley, para hacer posible la compra de esas tierras. Si el pueblo colombiano tuviese una ápice de conciencia y una pizca de determinación, estaría en la arena reclamándole al Gobierno y al Congreso por una reforma a la salud que solo beneficia a las mafias y echa al olvido a los más necesitados; por unas vías y carreteras que siguen siendo caminos de herradura y que nos dejarán por fuera de cualquier tratado de libre comercio, si no son óptimas para mover y exportar los productos; por la retención  y amarre de las regalías, gracias a un acuerdo entre la Presidencia y los mandatarios seccionales para soltar la plata en las próximas campañas y así comprar las conciencias y votos que sean menester. En un país consecuente, Petro debería estar por fuera de la Alcaldía gracias a la presión ciudadana; pero no, ahí sigue atornillado al puesto, igual de incompetente y arrogante. No es posible imaginar mayor desidia y falta de interés. La soberanía de un país reside en la voluntad de un pueblo para cambiar su destino. Como sociedad, estamos obligados a ser la llama que encienda el fuego de las grandes transformaciones. ¡Levántate pueblo y reclama tus derechos! La ñapa I: ¡Qué linda está mi tierra, engalanada con su feria ganadera! ¡Feliz cumpleaños y los mejores deseos para mi amado departamento de Córdoba! La ñapa II: Todo mi apoyo y solidaridad para las parejas del mismo sexo, en estos tiempos de injusticia y persecución. La ñapa III: El miedo de Santos y su equipo a la Constituyente, no es por las FARC, es por Uribe.  

abdelaespriella@lawyersenterprise.com

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