Carlos Salas
Carlos Salas

Una lenta caída

El deterioro del Centro Democrático ha sido continuo y, como en la caída de Alicia en la madriguera del conejo, de una lentitud que pareciera que no nos fuéramos a estrellar nunca contra el fondo. La versatilidad que caracteriza a la política después de la posmodernidad está acompañada del cinismo y un descaro tal que hace que, sin ninguna consideración moral o de principios, se pase de un polo a otro cuando las circunstancias lo requieran para fines egoístas. Los que desde la derecha, muy ingenuamente, nos consideramos representados en los inicios de ese partido, nos sentimos ahora defraudados, decepcionados y traicionados, pero también culpables por mantener los ojos cerrados.

No niego que en la orilla opuesta hay personas de gran valía, de otra forma sería un fanático, pero por ello no voy a dejar de buscar opciones dentro de mi propio partido. Que lleguemos a las elecciones sin candidato se convirtió en algo normal y sin trascendencia. Somos víctimas, los ciudadanos, de tamaño error. Un ejemplo es lo ocurrido con Bogotá cuando presenciamos como a los candidatos del Centro Democrático se les dio la espalda terminando sacándolos de taquito.

Y el ejemplo más pavoroso se tiene con las presidenciales dónde los personajes más relevantes del partido no recibieron el aval de Álvaro Uribe y, cobardemente sumisos se hicieron a un lado en las tres últimas elecciones.

Si el Centro Democrático es una variante del liberalismo que no nos lo oculten. Nos han tomado por imbéciles porque nos hemos comportado como si lo fuéramos. Presentarse como un partido de coalición cuando, a la hora de la verdad, ha terminado convertido en un partido híbrido, es algo que se ha gestado con tiempo y con la sagacidad de los politiqueros.

Cuando en una reunión del partido invitaron a Fernando Londoño como orador y tuvo la valentía de decir con firmeza que había que hacer trizas los acuerdos de La Habana, fue catalogado de extremista cuando debió recibir todo el apoyo, lo que habría podido hacer cambiar el rumbo al abismo en el que estamos.

Así como jugaron con nosotros con la primera reelección de Uribe, la "fallida" segunda reelección, la posterior subida al poder del siniestro Santos bajo la cobija de Uribe y la del versátil Duque, lo hicieron con la elección de Petro. Vender la imagen del terrorista como el peor peligro para el país fue la catapulta para lanzarlo cuando no tenía la menor opción de llegar a la presidencia. Aniquilar a Óscar Iván Zuluaga fue parte del complot y, para golpear aún más nuestro orgullo, ahora vemos cómo se van arrodillando los que se autoproclamaron líderes de la oposición ante el emperadorcito.

Y, para remate, nos quedamos sin liderazgos y sin medios. El programa radial La hora de la verdad ha recibido la estocada final. Aunque no es lo que fue en el pasado, seguía siendo un referente de la oposición tan necesario en estos momentos. 

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