
En Colombia hay un drama que no sale en las alocuciones presidenciales ni en las arengas del Congreso. Un drama que no tiene pancartas ni marchas, pero que mata en silencio: la escasez de medicamentos.
Más de 800 medicamentos críticos están desabastecidos, según el propio Invima. Oncológicos, insulinas, antibióticos, anticonvulsivantes… vidas pendiendo de un trámite, de un registro, de una cadena de corrupción silenciosa. En los pasillos de las EPS, las filas son eternas. Madres esperando la dosis que salvará a sus hijos; ancianos rogando por un inhalador; pacientes que terminan comprando en el mercado negro lo que el Estado les niega.
Un país sin remedio
Las causas de esta crisis son múltiples, pero todas tienen un común denominador: la desidia. La pandemia golpeó la producción global, sí. Las materias primas escasean, sí. Pero en Colombia el desabastecimiento es también hijo de la burocracia, del desfinanciamiento y de la improvisación.
El Ministerio de Salud fue advertido desde 2022. El Invima, paralizado, acumula expedientes que podrían salvar vidas, pero quedan archivados entre papeles y sellos. La reforma a la salud, la gran promesa de Petro, sigue siendo un discurso hueco, entre aplausos militantes y un Congreso dividido.
Mientras tanto, la vida se convierte en mercancía
Detrás de cada medicamento que falta, hay un negocio que crece. Laboratorios presionando para elevar precios. Importadores esperando el momento justo para negociar. Farmacias privadas lucrándose de la necesidad ajena.
¿Quién paga? El ciudadano de a pie. Ese que ya no confía en su EPS, que ruega para que la próxima cita no sea dentro de seis meses, que compra medicamentos por fuera, sin receta, a precios impagables.
El Estado anestesiado
El procurador ha abierto pliego de cargos al ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, pero la pregunta es incómoda: ¿es solo su culpa? No. La enfermedad es más profunda. Es la inercia de un Estado que gestiona la salud como si fuera un trámite y no un derecho.
El presidente habla de transformación histórica desde los balcones, pero en las farmacias no hay insulina. En Catatumbo, la coca invade. En los hospitales, la gente muere esperando. ¿Qué transformación es esa?
Las historias que el poder no quiere escuchar
José Carranza, 69 años, Valle del Cauca: sin su tratamiento para el asma, sus noches son una lucha por respirar.
Nataly Ahumada, madre de un niño con epilepsia: cada ataque de su hijo es un recordatorio de la ausencia estatal.
Son solo dos rostros de miles. Vidas reales. No cifras. No estadísticas.
El final amargo: ¿hasta cuándo?
El sistema está enfermo. El país está anestesiado. Y la sociedad parece resignada. ¿Hasta cuándo vamos a normalizar la escasez? ¿Hasta cuándo permitiremos que la vida dependa del lobby farmacéutico y de la incompetencia política?
Colombia necesita más que reformas y discursos. Necesita acción. Seriedad. Coherencia.
Lo que falta no es solo medicina. Falta humanidad. Falta vergüenza.
En Radar K no callamos. Aunque duela. Porque alguien tiene que contarlo.