Antes de ganar el Baloto, la guerrilla secuestró a Juan López* dos veces y la delincuencia común raptó a uno de sus hijos durante 45 días. Sin embargo, ahora que es millonario Juan no tiene miedo. Sigue su vida igual que siempre, como antes de aquel día en que Dios, como dice él, “lo premió” con 29.400 millones de pesos.
Aquella mañana llegó a su empresa a las ocho en punto, como lo ha hecho desde hace 37 años, con su vestido habitual: camisas Arturo Calle, pantalones de paño y mocasines de cuero. Una hora más tarde decidió ir acompañado de su chofer a depositar un cheque al banco para pagar una deuda a un proveedor. Al llegar a la esquina del parque central de la ciudad vio que una papayera tocaba a las afueras del sitio donde él solía comprar el Baloto. Se acercó, vio que había un pasacalle de un metro de altura que decía: “Cayó y aquí se vendió”. Escuchó a los viejos loteros decir: “cayó el balotó, cayó el baloto”. Entonces se abrió paso en medio de la gente y posó su mirada sobre los números ganadores: XX–08–XX–14–XX-42.
No tuvo necesidad de sacar el tiquete de su billetera para saber que esos números eran los suyos, los que siempre jugaba. Aunque acababa de ganarse 37 mil millones de pesos, no gritó ni lloró. Su corazón no se aceleró ni le sudaron las manos. No se desesperó pero tampoco se alegró. Con la tranquilidad de quien parece haber perdido, siguió su camino. De regreso, pasó por la acera del frente y se detuvo a ver la papayera que seguía tocando sin parar rodeada de cientos de personas que se agolpaban esperando ansiosas al afortunado “nuevo” millonario. En la empresa saludó de nuevo a sus empleados, subió a su oficina, cerró la puerta, levantó el teléfono y llamó a su hija Mariana, su mano derecha en los negocios.
—Mija, me gané el Baloto, para que vengas a ver qué hacemos.
Ella, que heredó la frialdad de su papá, a sabiendas de que él nunca mentía, respondió:
—Papá, termino de organizar la documentación de una licitación y voy para que confirmemos.
Parecería inverosímil que estas personas que ganaron un premio de tal magnitud reaccionaran con tanta frialdad, pero quienes los conocen no se aterran y así lo confirman. “Si les preguntas si se lo han ganado, siempre te van a decir que no, por seguridad y porque nunca han sido ostentosos. Pero ocultarlo es como tapar el sol con un dedo, pues media ciudad lo sabe”, dice uno de sus familiares.
Mariana buscó a su papá horas más tarde. En Internet confirmaron número por número para no caer en la vergüenza de reclamar un premio ajeno. En el mismo sitio web de lotería se informaron de los pasos que debían tomar. Llamaron a la línea de asistencia nacional y acordaron su cita. Esa noche don Juan reunió a su pequeña familia y contó lo sucedido. No hubo algarabía, ni brindis ni fiesta. Solo unos pocos abrazos y una recomendación: “hay que seguir trabajando y tener más cuidado”.
Una semana más tarde Don Juan y Mariana arribaron a la oficina de Bancolombia en la cual tenían la cita. Allí los estaban esperando funcionarios de Baloto (Gtech), Coljuegos, Etesa y la fiduciaria que administra el dinero. Don Juan sacó el tiquete ganador de su billetera, donde siempre lo guardó, se hicieron las respectivas validaciones, se les felicitó y a continuación se les informó los caminos que podían tomar para recibir el premio: pedir un cheque de gerencia a nombre del ganador y depositarlo en el banco que quisieran, realizar una transacción a una cuenta, o crear una Fiducia a su nombre para que ésta administrara de manera más segura el dinero. Asimismo se les informó que les harían una retención en la fuente del 20 por ciento del dinero, es decir que de los 37 mil millones del acumulado recibirían 29.400 millones de pesos.
Los funcionarios también les aconsejaron tener precauciones a la hora de darle uso al dinero, pues se ha demostrado que muchos de los ganadores en el mundo, pasados 15 años, están en la quiebra o en la ruina. En los 10 años que se ha jugado el Baloto en Colombia, 46 personas se lo han ganado. El premio más alto fue entregado en El Paso (Cesar) pero hasta ahora no se ha sabido de la suerte de aquel dinero.
En cuanto Juan y su familia depositaron la plata en el banco empezó la intranquilidad. Pronto parientes y amigos se enteraron del premio. “Lo mejor es que se vayan. Si los secuestraron cuando tenían menos, ahora que sí tienen, es un peligro seguir en la ciudad”, les aconsejaban. Durante tres semanas permanecieron asustados todo el tiempo: buscaron casas en otras ciudades, desconfiaban de todo el que se acercaba, negaban lo innegable. Naufragaban en un mar de dudas. Pero un día que Mariana viajaba con su esposo buscando un lugar donde nadie los conociera, se detuvieron a mitad de camino y, cansados de vivir en zozobra, decidieron tomar nuevas decisiones.
Regresaron y se reunieron con don Juan, quien seguía su vida como si nada pasara, ignorante de que ellos andaban buscando un hogar lejos de su terruño. Le contaron todo cuanto sucedía. Pero él, con la experiencia que dan 75 años de andar por la vida sin deberle nada a nadie, tomó una decisión final: “No nos vamos”, dijo. Palabras más palabras menos, en aquella reunión se dijo que si el premio iba a convertirse en una pesadilla, lo mejor era devolverlo. Se oyó la siguiente frase: “El agua es muy difícil beberla si a toda hora se está pensando que está envenenada”. Juan le dio a su yerno la potestad de buscar una empresa de seguridad privada para mejorar la protección de la familia y empezar a tener el cuidado y no dar “papaya”.
Juan es un hombre tradicional y de raíces. Por eso tomó la decisión de quedarse. Las fotos de sus álbumes muestran cómo fue construyendo ladrillo a ladrillo su casa. Hay una transición de una fachada en obra negra por allá en los años ochenta, después una casa bien pintada en los noventa, luego vino el hogar de hoy, con un jardín perfectamente podado. A sus hijas las llevaba al colegio en bicicleta, la mayor montada en la dirección y la otra en la barra. Todos los días las dejaba a las 7 de la mañana y a las 8 estaba abriendo su negocio en el centro de la ciudad. Lo mismo hizo con su hijo menor. A sus tres herederos, como pudo, los envió a los mejores colegios y más tarde los tres obtuvieron títulos universitarios en tres de las mejores universidades del país. “Es un hombre hecho a pulso, que cuando se ganó el premio no se asustó porque nunca ha dejado de tener dinero en los bolsillos. La plata no los asusta”, cuenta uno de sus familiares.
Su yerno se encargó de estudiar todas hojas de vida del fuerte equipo de escoltas y hasta de visitar sus casas. Sin embargo, en aquella familia tenían presente que la mejor seguridad era empezar a invertir en la región y dar trabajo en aquella ciudad que deshonrosamente se pelea el primer puesto en desempleo. Aunque directamente no hablan de lo que han empezado hacer con su nueva ventura, se sabe que han potencializado la empresa familiar ofreciendo nuevos servicios, han comenzado a emplear gente de escasos recursos en la construcción de un nuevo barrio y han decidido abrir una fundación para brindar estudio a niños provenientes de sitios vulnerables.
Al preguntar por los gustos de don Juan se habla de Caballos. No es un hombre de salir a ferias y competencias. Le agrada cabalgar en los pastos de su finca, pero siempre en las tardes, sin un solo trago en la cabeza porque dice que los animales no merecen que los monte un borracho. Algunos fines de semana le gusta tomarse un par de copas de aguardiente viendo pasar por la pista sonora a sus ejemplares, pero es de poco beber y nunca fuma. Tiene ocho equinos de gran valor comercial, que justifican el empleo de media docena de personas. La felicidad para don Juan, cuenta su yerno, es dormirse en una hamaca viendo el atardecer.
Cuentan que ninguno de sus tres hijos ha hecho alarde de lo que tienen. Se sabe que algo ha cambiado porque ahora andan escoltados. Pero, según sus amigos, siguen siendo los mismos: personas de pocas palabras. “La gente que no tiene el baloto aparenta tenerlo y la que sí se lo ha ganado aparenta no tenerlo, así es la vida” dice uno de sus empleados. Mientras tanto don Juan sigue llegando a su oficina a las 8 de la mañana, hace siesta al mediodía y va al gimnasio tres horas diarias. Físicamente es muy parecido a Ian McKellen, famoso por sus actuaciones en ‘X Men’ como 'el señor magneto'. Sus hijos siguen en sus empresas y se divierten solo cuando viajan. Paradójicamente la suerte los persigue, hace poco en una rifa que se había olvidado de haber comprado, Don Juan, se ganó 10 millones de pesos, mientras que una semana más tarde su hijo se ganaría una moto en una cadena de droguerías. Sin embargo don Juan juró nunca más volver a jugar el Baloto porque le parece que es complicarse más la vida.