Colombia científica

Vie, 08/07/2016 - 02:58
Estamos viviendo en la “era del conocimiento”, y por ello los tradicionales factores de producción (capital, tierra y mano de obra) han cedido espacio a la actual revolución tecno-científica ge
Estamos viviendo en la “era del conocimiento”, y por ello los tradicionales factores de producción (capital, tierra y mano de obra) han cedido espacio a la actual revolución tecno-científica generadora de nuevos saberes, base principal de la producción de riqueza en nuestros días. La revolución tecnológica y de las comunicaciones está cambiando no solo las economías, sino las organizaciones políticas y sociales y, a la vez, creando una nueva cultura. Estos cambios producen expectativa y temor por la posibilidad de que “nos deje el tren” de la innovación. Los Gobiernos y la gente asocian investigación con ciencia, esta con la tecnología y, finalmente, tecnología con innovación; y como no somos un país avanzado en ciencia, existe creciente preocupación por el estado de la investigación, la poca innovación de nuestros productos y servicios, el relativo retraso tecnológico y la falta de definición estratégica para disminuir las brechas frente a los países que lideran estas materias. La ciencia es antigua: comienza con la experimentación hace muchos siglos en China, en los países islámicos y en Europa; toma fuerza con el desarrollo de la medición y los experimentos metódicos, apoyándose desde el comienzo en el conocimiento ancestral de la botánica, la física, las matemáticas, la astronomía y otras ciencias, que hoy corresponden a las llamadas básicas, y que los antiguos antes del Renacimiento denominaban el quadrivium (aritmética, música, geometría y astronomía). La ciencia es un cúmulo de experiencias y saberes enriquecidos a lo largo de siglos, registrados, reseñados oralmente, en libros o documentos y transmitidos sistemáticamente entre generaciones, por núcleos de científicos o por sabios que dominan uno o varios campos del saber, todo lo cual permea lentamente en la población para crear una cultura científica popular, caracterizada por el deseo de conocer las causas de los fenómenos naturales o sociales, por descubrir los misterios de la vida, del cosmos, de la tierra y sus elementos o por inventar soluciones prácticas para resolver problemas concretos del día a día o mejorar la calidad de vida. La tecnología es la hija de la ciencia, y su desarrollo se vio impulsado por la Revolución Industrial. En ese trasegar, hay países “más científicos” que otros. Cuando un país no es fuerte en ciencia, es muy difícil forzar el avance de esta si no existen elementos y factores que faciliten su desenvolvimiento, uno de ellos el interés y la cultura científica general, que se inculca casi desde la cuna y a lo largo del proceso educativo. Existen otros factores necesarios, como son el nivel educativo general, la capacidad económica que permita invertir excedentes en empresas científicas o de capital riesgo, la posibilidad real de aplicar en el plazo corto o medio el nuevo conocimiento en los asuntos públicos o privados, la importancia que el Estado y la sociedad le asignen al desarrollo científico, la presencia de centros académicos dedicados a investigar, la existencia de algunas —o muchas— masas críticas de investigadores que ayuden a conformar comunidades científicas en las principales ramas. La ciencia ni se genera espontáneamente ni se alcanza de la noche a la mañana. Los que abogan por un impulso rápido a la ciencia sostienen que algunos países asiáticos, que hace medio siglo presentaban un nivel de desarrollo similar al de Colombia, ahora se han convertido en punta de lanza de la innovación y la tecnología, y que ello ha obedecido principalmente a una decisión de los Gobiernos. India, Singapur, Corea, Malasia y China son algunos de los mencionados en el milagro tecnológico, sin que se tenga en cuenta que algunos de ellos tenían una cultura más propicia a la actividad científica que nosotros, construyeron en un comienzo un andamiaje educativo sólido desde el preescolar hasta la universidad, aprovecharon la sinergia ciencia-industria y trabajaron con tesón y disciplina durante décadas antes de ver resultados. Por otro lado, en casi todos los casos, la primera fase de la transformación fue la asimilación tecnológica, la copia de los inventos de otros y, desde luego, la concentración en algunos campos promisorios. Es curioso que los ejemplos provengan de Asia y no de otras regiones, particularmente de América Latina, que pareciera un subcontinente desinteresado por la cultura científica. Algunos países de nuestra región exhiben mejores indicadores de esfuerzo, pero ninguno se destaca por su contribución al desarrollo científico mundial. Brasil fabrica aviones, pero no muestra grandes innovaciones aeronáuticas; Chile tiene una agricultura de tipo empresarial en algunos productos, pero su base científica es casi tan limitada como la de sus vecinos; tampoco Méjico, vecino de los Estados Unidos, se destaca por sus logros científicos, así la maquila y la fabricación de autos, que exigen innovación y tecnología, sean importantes rubros de su economía. Ahora nuestras autoridades le han propuesto al sistema educativo- tecnológico el desafío de llevar a Colombia al tercer puesto en el Índice de Innovación Global, lo cual no pareciera tan difícil, ya que actualmente ocupamos el sexto puesto (detrás de Panamá, México, Costa Rica, Chile y Barbados); lo que sí resulta difícil es competir en el “ranking mundial de efectividad”, donde ocupamos el lugar 114 debajo de varios vecinos. Estos indicadores no muestran exactamente cómo estamos en el nivel científico, pero son una aproximación de lo que podría ser la aplicación de la ciencia. El nivel científico se debe medir en alguna forma por los resultados y el impacto de la actividad investigativa y científica. En las grandes ligas de la ciencia, el número de premios nobel podría ser una medida pertinente, pero no es realista para todos, ya que unos pocos países concentran estos reconocimientos, particularmente Estados Unidos. En el campo de ingeniería y tecnología, las patentes obtenidas constituyen un mejor indicador; según Colciencias, en diez años (entre 2004 y 2015) fueron concedidas 509 patentes de invención, 723 modelos de utilidad y 1212 diseños industriales. El año pasado se registraron 38 patentes internacionales en nuestro país, cifra mínima comparada con las 43 609 obtenidas solo en California, las 54 422 de Japón y las 20 201 de Corea del Sur 1 . Otros resultados intermedios son interesantes: 7985 documentos y 6708 artículos de autores vinculados a instituciones colombianas de investigación (web of science) publicados en revistas indexadas en 2014. El país aporta el 0,2 % de la producción científica mundial, y el número de citaciones de artículos de investigadores locales por otros investigadores es muy bajo. Las cifras anteriores no significan que estemos “en pañales” y que no se esté realizando un esfuerzo importante por parte del Estado, de las empresas, de las universidades y de la comunidad científica nacional. La inversión anual en ciencia, tecnología e innovación es cercana a los 5 billones de pesos (fondos públicos 54,5 % y privados 43,9 %), equivalente a 0,5 % del PIB, y de más de 1,8 billones invertidos en investigación y desarrollo (0,2 % del PIB), cifras bajas en comparación con nuestros vecinos, ya que debería ser por lo menos de 2 % del PIB según la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia (ACAD). Actualmente, el país tiene más de 200 programas de doctorado, contamos con más de 11 000 doctores (Ph. D.), se gradúan más de 2000 al año y funcionan 4000 grupos de investigación reconocidos, con 9900 investigadores vinculados a estos (4122 con doctorado y 5502 con maestría). Aunque existe relación entre el número de doctores y la producción científica, es de tener en cuenta que no todos los doctores realizan trabajo de investigación ni las investigaciones científicas son adelantadas exclusivamente por ellos. Si bien los 6768 grupos de investigación registrados realizan algún tipo de investigación, solo una proporción pequeña tiene la más alta calificación, A o A1, y un a porcentaje importante de la investigación es de tipo formativo y no responde al rigor exigido por la investigación científica. No todo lo que se califica como investigación estrictamente lo es. Estudios descriptivos, indagaciones, revisiones bibliográficas y de bases de datos son apenas una fase previa y, sin embargo, se los considera investigación. De los 147 000 productos de investigación, casi la mitad son de apropiación social del conocimiento y 60 000 son de formación de recurso humano, mientras que solo 3700 son de desarrollo tecnológico e innovación y 20 000 de generación de nuevo conocimiento. La participación de la investigación básica sigue siendo muy baja, y esta es el verdadero tronco de la ciencia; de los 830 grupos de investigación en ciencias básicas, biología tiene 322, física 132, química 135 y matemáticas 101. La mayor parte de las investigaciones se hace en las universidades y en algunos centros académicos especializados, lo cual no es negativo, pero sí llama la atención, particularmente porque menos de 10 instituciones concentran casi el 90 % de la investigación seria. Tal vez esa situación sea la más adecuada, por lo menos en un tiempo, ya que pretender —como lo hace la política del Ministerio de Educación— que todas las universidades sean de investigación es una equivocación y no es posible. Para lograr acreditación institucional, así esta sea voluntaria, las universidades deben incurrir en altas inversiones en investigación, ampliar sus bibliotecas, contratar una gran cantidad de doctores y contar con un buen número de grupos de investigación acreditados por Colciencias, lo cual distorsiona la realidad de nuestra educación superior, al pretender emular a países de alto desarrollo. Colombia, como los demás países de la región, debe crear su propio modelo de crecimiento científico y definir unas estrategias propias de acuerdo con su condición, necesidades y capacidad, como lo hicieron hace medio siglo los países asiáticos mencionados. Lo que se viene haciendo no es equivocado, pero debe articularse con el sector productivo, concentrarse en los mejores centros de estudio y proyectarse en áreas de alto valor para el país. Convertir a las universidades en centros de investigación y exigir que se doble el presupuesto de Colciencias no es necesariamente el mejor camino. Tal vez trabajar desde la educación preescolar para que los niños amen la ciencia y desarrollen el espíritu inquisitivo e inquieto que exige el pensamiento científico puede ser un mejor camino, así tome más años; estimular a los empresarios para que inviertan más en “investigación y desarrollo” puede ser un vehículo más veloz para integrar el ciclo de conocimiento; apoyar a quienes han demostrado una verdadera capacidad para investigar y hacer aportes resulta más provechoso que repartir dinero con regadera para tener contentos a todos. Concentrar la investigación en unos pocos grupos y en universidades con vocación para investigar puede resultar más efectivo, lo mismo que definir unas áreas que prometan más posibilidades para la articulación de la investigación con la innovación tecnológica. Según Alejandro Olaya, subdirector de Colciencias, para alcanzar a los líderes (catching-up) es preciso concentrar esfuerzos en salud, alimentos, energías sostenibles y sociedad. También se deben considerar áreas vitales para Colombia como la agricultura, el medio ambiente y la informática. 1 US Patent and Trademark Office
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