Cuando amar significa sufrir

Mar, 09/11/2010 - 00:00
A pesar de todo el dolor, angustia, insatisfacción, infelicidad, desdicha, y todos esos sentimientos que nos mueven a querer cambiar y trasformar al ser que amamos, después de luchar durante periodo
A pesar de todo el dolor, angustia, insatisfacción, infelicidad, desdicha, y todos esos sentimientos que nos mueven a querer cambiar y trasformar al ser que amamos, después de luchar durante periodos largos de tiempo - hablo de años de lucha de mujeres y hombres- nos damos cuenta que no hemos logrado que muestro objeto de deseo nos ame como soñamos. No importa si se es hombre o mujer, entonces, se inicia una carrera loca por el control de quien se ama. Es una carrera contra todo. Contra nuestro bienestar emocional y físico; contra nuestra estabilidad económica porque podemos invertir mucho dinero en ello, y contra nuestra tranquilidad porque terminamos malgastando nuestro tiempo tratando de conseguir el amor que deseamos. Al final del balance no conseguimos que la persona amada nos preste la atención que queremos y necesitamos.  ¿Quién una vez en su vida no ha amado demasiado? Amar demasiado es una experiencia tan común que hemos construido nuestras relaciones en el dolor y la insatisfacción, al tiempo que intentamos  salir del túnel sin salida, tratando de parar pero sin poder hacerlo, sin alcanzar la meta. Seguimos como el corcho en el río, flotamos y no alcanzamos ninguna de sus orillas. Nuestras vidas transcurren suspendidas, esperando el milagro del amor:  que el otro me ame simplemente como yo deseo que me ame. Y cuando nos logramos desprender de esta relación que nos martiriza, iniciamos una nueva con la firme esperanza que ahora sí ha llegado “el hombre o la mujer de mi vida”. Volvemos a iniciar el ciclo de una relación nociva porque cuando no tenemos claridad en el afecto,  nuestro amor se convierte en adicción. En nuestra manera de amar, la razón se ausenta de la emoción, nuestra ansia nos lleva a escoger mujeres y hombres inadecuados, inaccesibles, desenamorados que además no podemos dejar, y que por el contrario queremos y necesitamos cada vez más. Somos adictos al amor. Cuando hablamos de adicción siempre nos imaginamos personas que consumen substancias como marihuana, bazuco, cocaína, que se inyectan, personas consumidoras de alcohol. Estamos lejos de imaginar que cuando nos relacionamos bajo estos parámetros nos volvemos adictos a que nos amen: nos asusta aplicar esta palabra a la manera como hemos amado. Pero de la misma manera que cualquier otro adicto, necesitamos admitir la gravedad de nuestro problema antes de empezar a curarnos. Si alguna vez usted se ha sentido obsesionada (o) por una relación, quizá sospeche que la raíz de esa fijación no es el amor sino el miedo a perder, a estar sola o solo. Quienes amamos de esta manera sentimos miedo a estar  con nosotros mismos, a reconocernos; miedo a ser dignos, a no merecer amor y queremos engañarnos dando nuestro amor con la ilusión desesperada de que la persona a la que amamos se ocupe de nosotros. Nos sumergimos entonces en una búsqueda eterna, creyendo que no hay otra salida. Pero la verdad es otra. Esta búsqueda puede estar en un horizonte mucho más sano, en el que construyamos y utilicemos toda nuestra inteligencia emocional, que no podemos pedir prestada a alguien sino que está dentro de nosotros. Es ella la que nos obliga a aprender de nuestras frustraciones y fracasos y crea una presión que lleva al hallazgo de cosas nuevas, a actuar de manera diferente y a aplicar en nuestra vida cotidiana las elevadas verdades del amor, primero con nosotros mismos. Cada quince días en esta columna, iremos tratando temas que nos permitan romper con esta adicción, tan serie y devastadora como cualquier otra. 
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