La asamblea

Jue, 17/03/2011 - 13:51
Por estos días de asambleas y de elecciones de juntas directivas cabe suponer que muchas de esas son metáforas del parroquialismo imperante. Fui testigo de una y no puedo dejar de sonreír, con un m
Por estos días de asambleas y de elecciones de juntas directivas cabe suponer que muchas de esas son metáforas del parroquialismo imperante. Fui testigo de una y no puedo dejar de sonreír, con un mohín de burla y desprecio, al recordar el forcejeo por un magro poder que, para mayor sorpresa, es apenas honorífico. Hacía mucho que no asistía a la asamblea de un organismo foráneo que ejecuta una meritoria gestión alrededor cultural, y este año, por el estreno de su nueva sede fruto de una correcta administración, atendí la convocatoria con el fin de felicitar a los directivos. Desde la puerta me abordó un viejo conocido y, a bocajarro, me dijo que “debíamos traer sangre nueva a la entidad”. No supe a que se refería, pero sospeché que algo se cocinaba cuando su mujer, a quien apenas conozco, me saludó con inusitada atención y por mi nombre En la reunión el ambiente estaba caldeado. Mi vecina de asiento, una amiga que también andaba en el ajo de un evidente complot, me preguntó que sí la presidenta del consejo todavía en funciones, me había pedido el voto y, de paso, trató de desvirtuar su gestión. Le dije que no y, sin entrar en el juego, seguí disfrutando del sainete que se desarrollaba a mi alrededor. A la señora de la entrada, bajo su cenicienta cabellera, se le iban aguzando las facciones y la lengua, que a veces se le escapaba por entre los labios, se me antojaba bífida. Aunque llevaba unas medias de rayas de colores, como las de la bruja de la inolvidable película El Mago de OZ, distaba mucho de ser una sugestiva hechicera de caricatura; era una intrigante en toda la extensión de la palabra que, al estilo de las tejedoras que durante la revolución francesa iban a curiosear las ejecuciones, quería sangre y, por supuesto, manipular la elección de dignatarios con base en un sartal de secreteos y de susurros que no consiguió disimular. Tras una presentación de resultados que mereció aplausos, vino la designación de la nueva junta y se evidenció el significado de “sangre nueva”. Se trataba de guillotinar a quien había desarrollado una óptima gestión, sin expresar siquiera las razones y de soslayo. Son los vericuetos de la ambición. En el receso que hubo para madurar el voto, los bisbiseos iban y venían acompañados de actitudes de superioridad y rasgaduras de ropajes, para distraer la atención, con exclamaciones como “los directivos están politiqueando” cuando lo que ocurría era  todo lo contrario. A la dama del pelambre la ansiedad le perfiló aún más las facciones. Le pregunté a mi vecina si había alguna remuneración en  juego, y me respondió que no, pero que “era importante estar en la junta directiva”. No supo explicarme el por qué. Los candidatos blandían argumentos como que “había que estimular la cultura” y lugares comunes del mismo corte cuando lo que, a todas luces, les importaba era el poder. Al final, y acaso por obvia, la enjuta matrona de las canas no fue elegida y no tuvo de otra que voltearse y, dirigiéndose al marido, exclamar: ¡Mejor!. Nunca entendí entonces por qué se había postulando; acaso le gusta perder. No obstante, a la postre, resultó vencedora porque ganó su candidata a la presidencia, una muchacha algo insegura al hablar, que pidió, en una contradicción, un aplauso para la presidenta saliente por su “extraordinario desempeño”. Un intento poco convincente por parecer amable. Tampoco entendí por qué, si la labor de su antecesora había sido “excelente”, la triunfadora, que sabe de administración, no buscó más bien la continuidad. Como a mi edulcorada conocida de la entrada, supuse que también le gusta el poder. En síntesis, venció la voracidad que suele ganar en el país. Ojalá cambiemos algún día, entretanto no dejo de sentir una cierta vergüenza con los extranjeros presentes por el espectáculo de una caterva de cacatúas despelucadas ante la posibilidad de que se les esfumaran unas migajas de poder. Una frase de Séneca no ha dejado de darme vueltas en la cabeza: Ignis, quo clarior fulsit, citius exstinguitur. El fuego, cuanto más claro es su resplandor, más rápido se ahoga.  
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