No sale bien librado el coronel (r) Hugo Aguilar, elevado a la categoría de héroe por haber matado al narcotraficante Pablo Escobar (no es cierto, dijo el hoy vicepresidente Óscar Naranjo). El extenso y documentado testimonio del también retirado coronel Julio César Prieto lo desenmascara.
Son 300 páginas de un libro que acaba de publicar Ediciones B, con un prólogo del veterano periodista Darío Fernando Patiño, que ha pasado por los más importantes medios de comunicación del país, especialmente de televisión (fue director de Caracol)
Patiño, amigo personal de Prieto, destaca primero la novedad: la de un oficial que relata su persecución a las autodefensas, o también llamadas paramilitares por su argumentación política y por sus comprobados vínculos con algunos miembros de la Fuerza Pública.
Segundo porque pone en evidencia lo que aún desde muchos sectores de la institucionalidad pretende negarse, como fue la colaboración y hasta la sumisión de uniformados al poder paraestatal y narcotraficante de las autodefensas.
Tercero porque cuenta cómo fue testigo de la estrecha relación de políticos con estas organizaciones armadas y luego cómo sufrió y sufre aún, el acoso de aquellos a quienes se atrevió a confrontar y a denunciar.
Y por último porque admite sus sentimientos contradictorios frente a sus colegas, subalternos y superiores que lo traicionaron o lo dejaron solo. Pero también porque resalta a quienes en cruciales momentos lo respaldaron.
El viacrucis de un coronel honesto (Prieto)
Patiño resume en su prólogo: Prieto llega a una región de la que sabía poco, la provincia de Chucurí en Santander, identificada hasta ese momento, 2001, como refugio del ELN y de las FARC, más que como nido de alguna banda paramilitar.
Quizás porque tuvo que empezar por estudiar a fondo la historia de la guerra en esta zona, es porque Prieto considera necesario contarnos cómo y por qué florecieron allí las autodefensas campesinas que enfrentaban a las guerrillas y cómo migraron hacia una empresa criminal que ejecutaba asesinatos selectivos, desaparecía ciudadanos, establecía peajes en las carreteras, cobraba vacunas igual que la guerrilla, cultivaba y procesaba droga y recibía apoyo y entrenamiento de los paramilitares del Magdalena Medio.
Encontrarse de frente a ese enemigo que no tenía tan claro en sus planes fue un primer impacto, pero al fin y al cabo ese era parte de su trabajo. Más duro fue darse cuenta de la desconfianza de la población hacia el Ejército Nacional que él venía a representar y peor aún, comprobar con el paso de los días que la ciudadanía en buena parte tenía razón.
Mientras desarrollaba una tarea de acercamiento con la comunidad entregando a cada persona que se encontrara una tarjeta con todos sus datos personales para que lo buscaran y le compartieran sus inquietudes, intentaba las primeras acciones contra los paramilitares. Es durante esas acciones cuando se da cuenta de que los golpes se frustran porque desde su propio batallón Luciano D´elhuyar se filtraba la información. Y de que cada movimiento suyo era reportado, como pudo comprobarlo al interceptar una comunicación desde su radio. Una conversación en la que además supo que ya lo habían bautizado como “El Viejo”.
La tragedia de ver desaparecidos a sus informantes
Sus días en la región son intensos desde el primero. Es increíble que en este relato logre registrar tantos hechos graves en un tiempo relativamente corto. Recibe información sobre las organizaciones paramilitares gracias a las desmovilizaciones que empiezan a darse y a la colaboración de ciudadanos valientes y decididos a quienes corresponde con acciones cívicas, con la instalación de una granja y con la construcción de un puente.
Pero tambiéntambién ve cómo van siendo ejecutados o desaparecidos algunos de los que le colaboran. Alguna vez tuvo que exhumar a una persona que antes había estado en su despacho brindándole información. O saber que una anciana recibió 18 tiros por brindar limonada a sus soldados.
Se entera de los enemigos con los que convive en el batallón y aunque logra trasladar a algunos, debe seguir compartiendo con otros que han sido contactados para darle muerte a él o atentar contra su familia, de la que debe separarse muy pronto. Allí recibe un mensaje macabro de un jefe paramilitar: entregarle un muerto con fusil armamento para que lo presente como dado de baja y obtenga un reconocimiento. Lo que luego se conoció como los falsos positivos.
Las victorias militares seguían sumando, paralelamente con la aparición de problemas institucionales, con llamados de atención de sus superiores pero también con voces de aliento. Era ya de por sí una batalla dicUn oficial enfrentado a una fuerza que en muchas instancias del poder político y económico y en la sociedad, era vista como una aliada del Estado y hasta para algunos, la solución a todos los males.
Las andanzas de Aguilar
Pero aún faltaban por aparecer otros protagonistas y no tardaron en hacerlo: los políticos. Primero con un diputado y luego con un gobernador de Santander, rodeado por la aureola –que Prieto pone en duda–, de ser el policía que dio de baja a Pablo Escobar. Por lo menos es uno de los que aparecen en la foto con el cadáver como trofeo.
Prieto va conociendo testimonios sobre el apoyo de los paramilitares de la región a este dirigente en tiempos de campaña y a otros aspirantes a alcaldes y sobre la presión armada para que se votara por ellos. Y decide trasladar las denuncias a la Fiscalía, a la Procuraduría y a sus superiores.
Este comandante de batallón, que no era ni siquiera comandante de brigada o de división, es decir que no era la primera autoridad militar ni el oficial de más alto rango en la zona, se estaba midiendo no solo a un contrincante sospechosamente respaldado y con mucha ascendencia en el Gobierno Nacional, sino también a sus temibles socios.
Prieto llevado a la hoguera
Tenemos que mirar en qué época ocurrían estos hechos para imaginar el escenario y todos los intereses que se movieron para que este oficial fuera trasladado o retirado. Su actitud lo llevó en una ocasión a protagonizar una escena digna de la inquisición en el que él era por supuesto el hereje. En plena parroquia de El Carmen de Chucurí, ante el presidente de entonces Álvaro Uribe, el ministro de Defensa y la cúpula militar, Prieto fue llevado casi a la hoguera bajo acusaciones de violaciones a los derechos humanos. La encerrona había sido gestada por el gobernador de Santander que pidió en público su traslado por los problemas que le ocasionaba.
Prieto sobrevivió a ese intento de linchamiento y cuenta incluso que recibió palabras de aliento del presidente y del ministro. Pero el calvario continuó. Aún enterándose de cómo el precio por su cabeza se había triplicado, de tener 14 hombres traídos de otras partes para cuidarlo 24 horas, de hablar cara a cara con un sicario que había sido contratado para dispararle y de comer solamente lo que antes fuera probado por temor a un envenenamiento, pudo terminar su tiempo en el batallón Luciano D´elhuyar y comenzar un recorrido por la Policía Militar en Bogotá y el Comando Conjunto del Caribe.
De allí fue regresado a Bogotá para alejarlo del “riesgo paramilitar” y después enviado a Ibagué. Volvió a Bogotá para un cargo administrativo, mientras obtenía, con algunas extrañas piedras colocadas en su camino por el más alto oficial, el ascenso a coronel.
Y mientras iba de un lado a otro, la historia de la batalla judicial adquiría dimensiones nacionales: en 2007, con una citación de la Corte Suprema de Justicia, se convirtió como él mismo lo dice en el “primer y único oficial en actividad de la historia de las Fuerzas Militares y de Policía que denunciaría los vínculos con los paramilitares de varios congresistas y un gobernador en ejercicio”. Personajes que fueron pasando a prisión, perdiendo elecciones y como en el caso de Hugo Aguilar, cinco años después inhabilitado por veinte años por la Procuraduría, detenido justo cuando aspiraba a regresar como gobernador de Santander y condenado por la Corte Suprema de Justicia.
El viacrusis
Pero aunque parezca este no es un relato de triunfo. A medida que la justicia le daba la razón en sus documentadas denuncias, no lograba que los jueces se pronunciaran sobre las demandas penales que por injuria y calumnia él había instaurado desde años atrás contra Aguilar y otros, ni obtenía tampoco un fallo absolutorio por graves acusaciones en su contra, desde concierto para delinquir hasta narcotráfico, formuladas sin prueba alguna por sus detractores. Prieto soportó una campaña de desprestigio sin precedentes sobre todo de la prensa regional y aún sin haber dejado el uniforme salió a defenderse en público, pese al reclamo de un jefe.
Alcanzó a ser enviado a Canadá como Agregado Militar, Naval y Aéreo, pero los estragos de la larga pelea, los enemigos y los que desde arriba lo veían con prevención, no permitieron que fuera llamado a curso para general.
Como todo en este libro la salida del Ejército está llena de detalles y de momentos dolorosos, que más vale dejárselos al autor. Su lucha por mantener un esquema de protección. Su decepción cuando recibe una motocicleta en mal estado y unos soldados que le confiesan que los han enviado a cuidarlo a manera de castigo. Y la imposibilidad de conseguir un empleo o de iniciar alguna sociedad por los problemas jurídicos que no se cierran. Y esto a pesar de una absolución de la Procuraduría y de la retractación pública y reiterada a la que fue obligado Aguilar.
Sin bajarse del ring
Prieto no ha guardado silencio desde su retiro. De hecho ha aparecido en medios contando su historia. Pero ahora quiere que su grito quede registrado en estas páginas. Tal vez no alcancen para todas las minucias ni todos los documentos, fotos y transcripciones que contenía el original y que pude leer con dedicación. Ya ha enfrentado a gente peligrosa y ha recibido golpes, pero todavía no parece dispuesto a bajarse del ring. Me produce admiración su tenacidad.
Conozco a Julio César Prieto Rivera desde que ambos éramos niños y nuestras casas estaban juntas una de otra. Tanto tiempo hace, que cuando nació una de sus hermanas menores, mi madre me contó que la virgen le había traído una niña a su vecina y yo lo creí. Compartimos un colegio en el que su padre era un respetable y cordial maestro y después lo perdí de vista.
Volví a encontrarlo muchos años después cuando me visitó para contarme, como paisano pero especialmente como periodista, la situación en la que se hallaba por su persecución a los paramilitares en Santander y por sus denuncias contra los parapolíticos. En esa oportunidad me dejó escuchar las grabaciones de las llamadas amenazantes que había recibido de Hugo Aguilar y de su exjefe de seguridad, que lo identificaba como “el del bigote”.
Leyendo sus relatos me pregunto: ¿A qué horas se formó este carácter, admirable para unos e insoportable para otros?
Aguilar de fiesta y Prieto sin trabajo
Aguilar y varios pesos pesados fueron condenados. Prieto no y además recibió absolución de la Procuraduría. Prieto no ha vuelto a conseguir trabajo y Aguilar ha ubicado en la Gobernación y en el Congreso a sus hijos y amigos y maneja los hilos del poder. Prieto se mueve en una estrecha camioneta de doble cabina acompañado por un grupo de soldados a los que cambian frecuentemente. Aguilar, con detención domiciliaria y según él, sin recursos para resarcir a las víctimas del paramilitarismo, recorre ahora las calles de Bucaramanga en un lujoso automóvil y participa en actos políticos con funcionarios del alto gobierno y aspirantes a la Presidencia de Colombia.
La máscara del coronel Aguilar
Vie, 09/06/2017 - 06:07
No sale bien librado el coronel (r) Hugo Aguilar, elevado a la categoría de héroe por haber matado al narcotraficante Pablo Escobar (no es cierto, dijo el hoy vicepresidente Óscar Naranjo). El ext