La parábola de Álvaro y Juan Manuel

Dom, 09/09/2012 - 01:01
Hasta hace dos años, Álvaro tuvo arrendado un bello apartamento en un buen rincón de la ciudad. Allí vivió durante ocho años e hizo y deshizo todo lo que pudo. Remodeló la cocina, cambió el en
Hasta hace dos años, Álvaro tuvo arrendado un bello apartamento en un buen rincón de la ciudad. Allí vivió durante ocho años e hizo y deshizo todo lo que pudo. Remodeló la cocina, cambió el enchape de los baños, quemó la alfombra, la cambió por madera laminada y hasta tumbó algunos muros para que el espacio se ajustara más a sus necesidades. Los vecinos del edificio no querían a Álvaro pues decían que era un tipo conflictivo y abusivo. Sus novias tampoco le duraban, se la pasaba peleando con ellas, las gritaba, las humillaba, las maltrataba. Cada cierto tiempo se podían escuchar los gritos e improperios que salían del apartamento de Álvaro. “¿Con quién estará peleando ahora?”, se preguntaban los vecinos y asustados se alejaban de la puerta, no fuera que el hombre se asomara y también les tocara una cucharada de la ira Alvarezca. El hombre era feliz en ese apartamento. Sabía que le temían y eso lo llenaba de felicidad. Pero llegó el día en que la junta de administración lo sancionó por los escándalos y lo sacó del edificio. Álvaro tuvo que abandonar el inmueble de sus sueños. Apenas supo la noticia, Juan Manuel, quien era buen amigo de Álvaro, vio la oportunidad de quedarse con el espectacular hogar que había sido acondicionado por su compadre. Con algo de vergüenza le preguntó a su viejo compañero si había algún problema en que él tomara el apartamento en arriendo. Álvaro no se negó, al contrario, se ofreció como codeudor, pensando que con su amigo allí podría seguir viviendo en esa casa, así fuera en cuerpo ajeno. Juan Manuel se mudó al antiguo hogar de Álvaro, llevó sus muebles, sus cuadros, su vajilla y sus libros. Todo era tan diferente. Mientras que Álvaro tenía la casa decorada con unos sillones rústicos, Juan Manuel llevó unos sofás ultramodernos. Cuando el apartamento estaba en manos del antiguo inquilino los crucifijos y las imágenes religiosas abundaban en paredes y aparadores, mientras que con la llegada del nuevo todo se llenó de arte de vanguardia y objetos de diseñador. El aire era diferente y los vecinos lo notaban. Juan Manuel se volvió uno de los más queridos habitantes del edificio, nadie tenía quejas de él. Un día Álvaro llegó a visitar a su viejo amigo para ver cómo le había quedado el apartamento. Casi sufre un infarto: su hogar ya no era su hogar. Sin crucifijos y con la decoración moderna, el apartamento por el que tanto había luchado no se parecía en nada al de sus sueños. Lleno de ira, Álvaro la emprendió contra su viejo amigo. Le increpó por no seguir su estilo, por cambiar algunas cosas de la casa, por llevársela bien con los vecinos. Detestaba los muebles, odiaba los cuadros, le repugnaba ver el estilo ultramoderno de los utensilios de cocina. Todo lo criticaba. — Álvaro, acuérdese que este ya no es su apartamento. Usted hace rato que se fue —le dijo un Juan Manuel bastante conciliador. Esas palabras bastaron para exacerbar la ira del antiguo arrendador. —Pero yo le cedí el apartamento para que lo cuidara, para que lo mantuviera como yo lo tenía —respondió airado. —¿Acaso no se acuerda que yo soy el codeudor? — ¿Y qué con que usted sea el codeudor? El arriendo lo pago yo, usted no manda en mi casa. —Pero es que esta no es su casa. Esa cocina la arreglé yo. Este piso lo puse yo. Usted no respetó lo que hice —dijo Álvaro alzando la voz. —¿Cómo así que está dejando entrar a los vecinos? —Mire, Álvaro, usted ya no vive aquí. Yo no dependo de usted. Mi casa la decoro como quiera y puedo traer a los amigos que quiera. Respete mi casa. —¡Por Dios! Pero es que si yo no le hubiera servido de codeudor usted no estaría aquí. —Tal vez. Y entonces habría otro arrendatario y a ese seguro ni lo podría molestar con sus críticas lastimeras. Juan Manuel tenía razón, Álvaro estaba abusando. Se creía aún el responsable del apartamento a pesar de que su tiempo había pasado. Peleaba aunque ya no podía hacer nada. Sus críticas lo hacían ver ridículo, como un niño maleducado. Moraleja: Te pueden dar cuatro u ocho años para cumplir tus objetivos, pero si no lo lograste, es mejor callar y respetar los cuatro u ocho años de quien te reemplace. Si no pudiste, deja que otro intente superar tus fracasos.  @colombiascopio  juanpablocalvas@gmail.com
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