Reseña crítica del libro “ Nadie lo conoce ” de Mari Jungstedt
En estas navidades recibí de un querido amigo un regalo: un libro del género novela policíaca, “Nadie lo conoce”, escrito por la sueca Mari Jungstedt, quien además de escritora, es periodista y presentadora de televisión en su país. La curiosidad de rememorar la época adolescente me asaltó, así es que alegremente devoré y me enganché en el libro como entonces lo hacía.
En este libro de Mari Jungstedt están todos los elementos inconfundibles de la novela policíaca: un detective (el comisario Anders Knutas), un periodista investigador (Johan Berg), asesinatos misteriosos sin aparente motivo y una incertidumbre in crescendo sobre la identificación del culpable de estos delitos, suspenso que se mantiene a lo largo de las más de trescientas páginas de tensión que la escritora fragua muy atinadamente para contento del lector. Para el caso, comienzan a aparecer caballos decapitados sin que quede huella ni de la sangre vertida, ni de sus cabezas; al mismo tiempo que ocurren asesinatos sádicos de varias personas, cuyos cadáveres aparecen inmolados meticulosa y ritualmente sin que se encuentre rastro de la sangre derramada. El lugar de la acción es la isla de Gotland en Suecia; en donde la población al compás de las noticias se inquieta y permanece en vilo, temiendo que la próxima víctima puede ser cualquiera de ellos. Cada página ahondando más sobre espeluznantes hechos y macabros detalles, mientras que se destilan pistas imperceptibles que solo en un inesperado final logran entenderse en su justa medida. Por supuesto el clima es muy bien sembrado por la escritora para que se sospeche de cada personaje introducido en la novela. Intriga, drama, crueldad, misterio, sospechas se dan cita para crear una atmósfera tensa y motivadora de una lectura acelerada. Es la clave del género. La escritora introduce algunos elementos culturales, étnicos, a través de una excavación en donde se desentierran piezas de la época vikinga; los arqueólogos tanto profesores como alumnos hacen parte de las víctimas y de los sospechosos de los asesinatos, así como del extravío de algunas piezas arqueológicas. Suspenso asegurado. Hechos sin aparente correlación que al final y a última hora encuentran explicación y milimétrico encaje. No, no voy a develar; no diré entonces que el asesino es el mayordomo como acostumbra acontecer en los clásicos del género. Bien podrá el lector saldar su intriga, armar el puzzle, darse una oportunidad de investigarlo por sí mismo, mientras vive cada minuto de acción y misterio. Mi adolescencia estuvo muy salpimentada de lectura de novelas policíacas, me apegaba a ellas con tal ahínco que en poco tiempo engullía esta clase de libros, esencialmente con el objetivo de develar el desenlace de la siempre intrigante trama urdida. Qué diversión fue eso y cuánto me sirvió para aprender a leer, para enviciarme a la lectura, para tomar la disciplina de concentración y de entendimiento de lo escrito. Llegado un momento y sin que fuese consciente, me pareció que estas lecturas habían logrado ya un cometido y que había que pasar a otros géneros, desde entonces, y después de haber agotado horas con los escritos de Conan Doyle y de Agatha Christie, no había vuelto a tocar una novela policíaca. Esas novelas policíacas de las que Edgar Allan Poe en el siglo XIX fue precursor con la invención de su detective Auguste Dupin, y que luego tuvieron una feliz continuación con Doyle, creador del celebérrimo investigador Sherlock Holmes, conocido hasta por quienes no han leído sus novelas. Mucha tinta ha corrido en este género, que luego encontró la novela negra como subgénero; una mención especial para el belga Simenon con sus más de doscientas novelas y para el italiano Camilleri, hasta llegar a los grandes escritos actuales en la materia, que sin duda están siendo monopolizados por los escritores de los países nórdicos. La lista es larga y en esta figuran: Henning Mankell, Stieg Larsson, Camila Läckberg, Maj Sjöwall y Per Wahlöö, Arnaldur Indridason, Jo Nesbo, Karin Fossum, Liza Marklund, Khell Ola Dahl, Anne Holt, Håkan Nesser, Äke Edwardson, Kjartan Flogstad, Mari Jungstedt, Anders Roslund y Börge Hellström, Ida Jessen, Asa Larsson, Christian Jungersen, Jens Martin Eriksen, Arni Thorarinsson, Lars Gustafsson, Anders Leopold, Arnaldur Indridason, Johan Theorin, Lars Kepler. Mención especial para la saga Millennium de Stieg Larson conformada por: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire; la famosa trilogía que ha cautivado con sus miles de páginas a lectores del género y que ha sido llevada también exitosamente a la pantalla. Cabe interrogarse sobre porqué en los países nórdicos ha florecido este género; las respuestas son variadas, una que me parece interesante y me sorprende: poseen ellos las mayores tasas de delitos por mil habitantes de toda Europa; quién lo diría en un reducto de paz como parecen ser esos países, más sorpresivo aún: “el 20% de las mujeres dice haber vivido algún episodio de violencia doméstica”. ¿Será el fruto de un buen manejo de las estadísticas comparado con el no tan claro de sus vecinos comunitarios, o en verdad sobrepasan los índices europeos como parecen indicarlo las cifras escuetas? En este momento de mi vida cuando escojo un libro, la historia contada suele ser lo de menos; lo de más es informarme (ah, tantas veces adivinar, intuir) si su lectura me aportaría conocimientos, mensajes, reflexiones sobre un determinado tópico. Cuando finalizo un libro me doy a un análisis que usualmente plasmo por escrito y a veces vuelvo público. Cuántas veces me he equivocado y aquello que parecía prometedor se me asevera sin mayor interés, pero cuántas veces –la mayoría, por fortuna– se me regocija el alma con lo aprendido; siento algo (¿la consciencia?) que me dice: haz aprovechado el tiempo, ha sido una buena inversión, valió la pena. ¿Qué me digo, en este momento al finalizar la lectura de este libro de acción detectivesca de Mari Jungstedt? Que me divirtió su lectura, pero que tengo poco por escribir y analizar sobre el libro en sí mismo, que hubiese podido emplear mejor mi tiempo, que las enseñanzas recibidas francamente oscilan entre poquísimas y ninguna. Que solo pasé el tiempo (¿lo malgaste?). Ah, qué diablos, una vez al año no hace daño, me justifico. Es que la neurona que escasa e indómita tenemos, hay que nutrirla, y por fortuna hay mucho de que, nos toca escoger, y en el caso de los libros de los cuales se publican cientos diariamente, no hay más remedio que examinar de la mejor manera posible, aplicadamente, con qué vigorizarnos el intelecto. No hay tiempo suficiente para abarcarlo todo. ¿Vale la pena el entretenimiento literario per se sin que haya un objetivo de aprendizaje, análisis, encanto estético o comprensión/ desarrollo/ manejo/ acumulación del conocimiento? No lo sé. Sospecho que no, así es que no veo cercano el día en que me lance a recordar nuevamente mi adolescencia con lecturas detectivescas.