Declaro mi afición por el ciclismo, todos, el deportivo, el competitivo y el transporte de dos ruedas. Me fascina sentir el aire en la cara cuando pedaleo en la carretera y ese temblorcito medroso cuando buses y camiones pasan raudos a mi lado.
Empecé a utilizar la bici cuando me fui a la universidad. En Boston la usé casi todo el tiempo, excepto en los crudos inviernos cuando el frío y la nieve la hacían inviable, pero el resto del año cogía mi mochila y pedaleaba hasta el poste más cercano a mis clases y allí la dejaba.
La utilicé varios meses para ir al trabajo, ya de regreso en Cali. En ese entonces oficiaba de ejecutiva en una agencia de publicidad donde la gente era loca y divertida y yo era una más en esa fauna de gozadores. Un buen día tuve que abandonarla porque mi compañero y yo consideramos de alto riesgo andar por las calles en bicicleta en avanzado estado de embarazo.
Entonces compré mi primer carro, el amigo fiel un Renault 4, y perdí el interés por cualquier otro modelo de transporte. Allí me extravié por muchos años creyendo que cuatro ruedas eran mejores que dos. Afortunadamente el tour y mi gusto por el ciclismo me están haciendo recordar los beneficios de la bici.
La cicla es uno de esos inventos mágicos, casi inmejorables, desde su primera versión. Puede que las hagan más livianas ahora, o con una relación de piñones más compleja, pero siguen siendo dos ruedas engranadas entre sí y movidas por la fuerza de las piernas. Y ese invento simple permanece hasta hoy como gran alternativa a los vehículos de motor y gasolina.
También me gusta ver competencias de ciclismo de ruta como el Giro y el Tour. A diferencia de otros deportes en los que la atención se concentra en los deportistas metidos en un campo cerrado, en estas competencias nos pasean por un mundo maravilloso de valles y montañas. Permiten que las cámaras muestren el entorno, la gente y sus modos de vida. Eso es un placer que complementa el de apreciar el esfuerzo de los titanes que soportan tres semanas y miles de kilómetros pedaleando.
En el que acaba de terminar, el Tour de Francia, pude apreciar varias cosas que nos dejan enseñanzas muy valiosas. Por ejemplo los ríos maravillosos, esos cuerpos de agua limpia abundante que circulan, tanto por zonas urbanas como rurales, rodeados del respeto casi sagrado de la gente. Que importante ver al Sena en el último día del Tour, ese río que muchos años atrás fue tan contaminado como cualquiera de los nuestros, hoy es un todo belleza, limpieza y cuidado.
Los bosques, otro ejemplo. Recorrimos con las cámaras del Tour los Alpes y los Pirineos cubiertos de árboles maravillosos. Por supuesto en ciertos lugares no se veía cobertura boscosa pero eso es al parecer debido al tipo de suelo y no a la acción de las personas.
Y por supuesto otra gran enseñanza es la limpieza. Pueblos y ciudades impecables, sin bolsas de basura, sin letreros en los postes, sin pasacalles ni grafitis. Algo impensable en nuestras calles donde la norma es dejar basura en cualquier esquina y adueñarnos de cualquier espacio para llenarlo avisos y mugre.
Finalmente Nairo, el gran Nairo, el Boyaco genial que nos regaló en los últimos tres años la corona del Giro y en dos veces el segundo lugar en el Tour. Por todo esto el ciclismo es inigualable. ¿No les parece?
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Tour de enseñanzas
Lun, 27/07/2015 - 14:10
Declaro mi afición por el ciclismo, todos, el deportivo, el competitivo y el transporte de dos ruedas. Me fascina sentir el aire en la cara cuando pedaleo en la carretera y ese temblorcito medroso cu