El colombiano que correrá en el Sahara

Jue, 31/03/2011 - 09:00
Escrito por: Andrés Bermúdez Liévano
Federico Pardo está listo para tragar arena y sudar como un caballo. Se ha preparado desde hace
Escrito por: Andrés Bermúdez Liévano
Federico Pardo está listo para tragar arena y sudar como un caballo. Se ha preparado desde hace tres años corriendo cuatro horas todos los días, y diez más los sábados y domingos. Solo lo hace en su tiempo libre, pero procura acumular 300 kilómetros todas las semanas. Desde el sábado 2 de abril este bogotano de 36 años competirá en la Maratón de las Arenas, algo así como el París Dakar del atletismo. Durante siete días, Federico recorrerá 243 kilómetros en el Sahara marroquí, atravesando paisajes rocosos, riscos, enormes dunas y mucho desierto abierto, y aguantando temperaturas que llegan a los 49 grados centígrados al mediodía y bajan a cero por la noche. Desde hace 26 años el Marathon des Sables ‒“la ultramaratón de las ultramaratones”‒ reúne a la élite del atletismo de resistencia en el desierto marroquí, para lo que se considera la competencia más dura del mundo. Tan dura que una vez un policía italiano, Mauro Prosperi, pescó una tormenta de arena y estuvo perdido nueve días. Sobrevivió comiendo murciélagos y escorpiones, y se salvó cuando lo encontró un grupo de nómadas en la vecina Argelia, desviado más de 140 kilómetros de la ruta. Aún así, el “Robinson Crusoe del Sahara” regresó seis veces más para competir. “Siempre ha sido mi gran sueño”, cuenta Federico, gerente de los laboratorios farmacéuticos Feparvi, en Bogotá. “La edad es fundamental para la participación en carreras de ultramaratón, debido a que la exigencia del corazón es mucho mayor en personas jóvenes. Por eso decidí esperar hasta que tuviera más de 35, una edad más adecuada para hacerlo”. Federico comenzó a correr hace cinco años, cuando se puso la meta de competir en la maratón de Nueva York. De las maratones pasó a los triatlones y ya suma más de veinte entre ambos. Poco a poco el hobby se ha vuelto más serio. El año pasado quedó de sexto en el Ironman de Cozumel, en México, y ese resultado le dio un cupo para el campeonato mundial de triatlón, que se disputará en octubre, en Hawaii. También está clasificado para el campeonato mundial de medio Ironman de Las Vegas, en septiembre. Pero nunca se le ha medido a algo como la Maratón de las Arenas, que equivale a participar en seis maratones consecutivas. En total correrán, junto con Federico, 616 hombres y 135 mujeres que representan a 42 países. La delegación latinoamericana es casi inexistente. Este año, aparte del colombiano, estarán cinco argentinos, un brasilero y un panameño. El París Dakar a pie El epicentro de la maratón es Ouarzazate, un lugar en el suroriente de Marruecos conocido por ser el escenario de rodaje de películas como Lawrence de Arabia, Gladiador y La momia. La polvorienta ciudad, apodada “la puerta del desierto”, es donde la nevada cordillera del Atlas da paso al hamada, una árida extensión pedregosa y sin arena que constituye dos terceras partes del Sahara. Y más allá de esa llanura se extienden las doradas dunas, que llegan a los 50 metros de altura. La carrera nació cuando Patrick Bauer, un fotógrafo francés, se lanzó sólo en 1985 a recorrer 320 kilómetros del Sahara argelino. La experiencia lo conmovió tanto que convocó a un grupo de trotamundos franceses al año siguiente para una odisea similar. Desde entonces, todos los meses de abril, no paran de llegar aventureros de todo el mundo a Ouarzazate. Para algunos es un reto único, para otros un evento sagrado en el calendario deportivo. Por ejemplo, el francés Christian Ginter participará en la carrera por vigésima cuarta vez, y ya supera los 5.500 kilómetros en el desierto. El también francés Joseph Le Louarn correrá por sexta vez a sus 79 años. Pero el gran favorito será, una vez más, el marroquí Mohamad Ahansal, quien intentará repetir la corona que ganó el año pasado con un tiempo de 19 horas, 45 minutos y 8 segundos, y sumar así una quinta en su historial. A pesar de que, para igualar la marca de su hermano Lahcen, le hacen falta aún seis. Federico será el sexto colombiano en competir en los 26 años de la carrera. Los pioneros fueron María Isabel Trujillo y Juan Guillermo Correa, dos escaladores antioqueños que participaron en 2002 y que repitieron tres años después. María Isabel, una ex campeona nacional de triatlón, sorprendió a todos con su segundo lugar en la clasificación de mujeres en su primer intento y casi repite la hazaña con un séptimo puesto en su segunda participación. Pedro Restrepo, otro colombiano residente en Madrid, también corrió con ellos en 2002. Luego vino Edgar Parra, un fondista profesional bogotano que la completó en 2008 y regresó hace un año para competir junto a su hijo. En su primera participación, Juan Sebastián impuso un récord difícil de superar: con 16 años se convirtió en el corredor más joven en la historia de la maratón. Al igual que Federico, los otros colombianos habían soñado durante años con la Marathon des Sables. María Isabel oyó sobre la prueba por primera vez en Teleantioquia. “Un francés de 73 años contaba que la carrera le prolongaba la alegría de vivir”, recuerda la atleta de 47 años, “a mí eso me llegó al alma”. Así que convenció a Juan Guillermo, su pareja desde hace doce años, y se embarcaron en la aventura. Edgar comenzó a pensar en el desierto marroquí cuando vio a los dos antioqueños en el noticiero ondeando la bandera colombiana. “Siempre soñé con ir a unos Juegos Olímpicos, pero para mí esa meta ya se había ido. Esta carrera fue la oportunidad de encontrar unos objetivos a mi alcance”, cuenta el bogotano de 45 años, con emoción en la voz. Ese entusiasmo contagió a su hijo, quien comenzó a entrenarse con vistas a presentarse el primer año que se lo permitiera el reglamento de la competencia. María Isabel y Juan Guillermo almorzando. Pero no todos los participantes de esta maratón se inscriben solo con el fin de correr. Lo hacen también con el ánimo de representar a asociaciones benéficas que luchan contra el sida, la malaria o el autismo, buscando generar publicidad para sus causas y, eventualmente, ayudarlas a recolectar fondos. La mayoría cuenta con un patrocinio completo que sufraga los costes de la carrera. En cambio, para los colombianos, costearse el viaje no siempre ha sido fácil. María Isabel y Juan Guillermo consiguieron patrocinios de Coldeportes y de Indeportes Antioquia, y vendieron camisetas, flores y mermeladas para pagar los tiquetes aéreos y la inscripción. Los meses de entrenamiento corrieron por su cuenta. Edgar y Juan Sebastián lo pagaron casi todo de su propio bolsillo. Mochila para el desierto Todos los atletas que participan en la Maratón de las Arenas son profesionales o están muy bien entrenados. El riguroso proceso de admisión y las pruebas médicas así lo exigen, en una competencia cuyos costes de inscripción cubren el apoyo de helicóptero para emergencias médicas e incluso la repatriación en caso de fallecimiento. El trazado exacto se les entrega solamente cuando aterrizan en Ouarzazate. Los competidores sólo saben que hay seis etapas. Comienzan con una de 20 kilómetros, a la que siguen dos maratones de unos 40. La cuarta suele ser la etapa reina, que ronda los 70 kilómetros, y que una vez superó los 90. Luego viene otra etapa normal y rematan, de nuevo, con una media maratón. Entre etapa y etapa duermen en el desierto, en jaimas como las de los bereberes. Las reglas son simples, pero muy estrictas. Cada corredor tiene derecho a cargar 15 kilos de peso en su mochila y total libertad para escoger qué llevar. Lo primero que empacan es un saco de dormir y una colchoneta delgada, para protegerse de las frías noches saharianas. Luego está el equipo obligatorio de supervivencia, de unos siete kilos, que con suerte no tendrán que tocar: linterna, silbato, navaja, espejo de señales, bengala de emergencia, extractor de veneno —por si se cruzan con serpientes o escorpiones— y manta isotérmica. Empacando la mochila. Los restantes ocho kilos presentan el gran reto de encontrar el fino balance entre llevar comida suficiente para una semana y cargar el menor peso posible. “Ese dilema es una de las cosas más hermosas de la carrera”, recuerda Edgar. La dieta desértica suele incluir arroz, fríjoles, lentejas y pasta, todo liofilizado para extraer el líquido y que se conserve, y para que no pese casi nada. María Isabel y Juan Guillermo recuerdan haber llevado un extracto de panela en polvo que, mezclado con agua, se convertía en una bebida energética. Edgar y su hijo llevaron fruta seca en polvo, para preparar una especie de jugo. Además de esto, los participantes tienen derecho a recibir diez litros y medio de agua al día —tanto para hidratarse como para su higiene personal—, que se aumentan a 22 en la etapa larga. Todos los días los corredores deben someterse a un riguroso control de calorías. Deben, como mínimo, consumir 2.000 calorías diarias y 14.000 durante toda la carrera. De lo contrario, son penalizados. Sobreviviendo a la reina “Es una prueba muy exigente, pero me he venido preparando con gusto por mucho tiempo”, dice Federico. “Más que física, es una prueba psicológica. Lo más importante es gozarme todo el evento para poder sobrellevar los momentos difíciles”. Sus colegas colombianos también se prepararon arduamente. María Isabel y Juan Guillermo —dueños de una escuela de escalada y montañismo en Medellín— entrenaron durante dos años y, para aclimatarse, remataron corriendo dos semanas en La Guajira. “Era lo más cerca al desierto del Sahara que teníamos”, dicen. María Isabel Trujillo coronada subcampeona. A su lado la americana Tania Pacev y la luxemburguesa Simone Kayser. Aún así, para los dos antioqueños el calor y la arena fueron lo más duro de soportar. “Las dunas las pasábamos gateando, porque te hundes y no puedes caminar”, recuerda María Isabel. A Edgar no le afectó tanto la temperatura, sino “lo que le pasa a uno en los pies”. Los tenis se destrozaban rápidamente y la arena se colaba entre las polainas, formando ampollas enormes en las plantas de los pies. Su secreto: reventarlas, sacar el líquido, lavarse el pie y recubrirlo con esparadrapo. “Suena doloroso, pero a los cuatro kilómetros el pie ha calentado y no duele tanto”, apunta el bogotano. En lo que sí coinciden es que la etapa reina es el momento más duro de la maratón, tanto por el desgaste físico como por el mental. Y es que, a pesar de que es más caminada que trotada, termina siendo como ir de Manizales a Armenia, un trayecto que unos pocos superdotados recorren en menos de 10 horas y que a otros les toma hasta el triple. Federico lo tiene claro: “Si paso ese día ya estaré del otro lado. Ese día define toda la carrera”. Y sí que la definió para sus compatriotas. A Juan Guillermo y María Isabel les tocó un primer año con muchas tormentas de arena, que alcanzaban velocidades de 50 kilómetros por hora. En el último tramo de la etapa reina, tras superar 20 kilómetros de dunas, a Juan Guillermo le dieron ganas de quitarse las gafas negras que llevaban para protegerse porque ya oscurecía. “Quedé ciego porque la tormenta me pegaba en los ojos”, cuenta. Intentó ponerse las gafas de nuevo, pero ni siquiera así recuperaba la visión. “Fueron momentos muy duros y María Isabel tuvo que llevarme de la mano. Los últimos kilómetros ella trotaba delante y yo iba agarrado detrás”, cuenta el montañista de 48 años. “Gracias a Dios habíamos pasado las dunas y eran unas rectas interminables”, dice su compañera. “Lloramos de la alegría cuando llegamos”, añaden. Alcanzaron a perderse brevemente y ese retraso le costó, en últimas, la victoria a María Isabel, que perdió 45 minutos con la luxemburguesa Simona Kayser, la eventual ganadora. Su resultado, sin embargo, fue excepcional: ganó tres etapas, fue segunda en otras dos, y en aquella tortuosa, a pesar de todo, llegó tercera. Por su parte, Juan Guillermo quedó de 47 entre más de 500 hombres. También fue el talón de Aquiles de Edgar, en 2008. En la primera etapa, que se plegaba bien a sus condiciones de fondista, llegó en el puesto décimo quinto. Alcanzó a ilusionarse con terminar la prueba entre los veinte primeros, pero vino la etapa reina y se derrumbó. “Nunca había competido en algo tan largo, ni siquiera había entrenado esa distancia”, dice. Pero también es de la que mejores recuerdos guarda. “En lo deportivo me desbaraté, pero en términos de enseñanza fue la mejor. Ver esas luces de bengala que se mueven en la distancia, como luciérnagas, es lo que le da uno la moral para seguir”, añade. Al final ocupó el puesto 61 de la clasificación general, tras un octavo lugar en la última etapa. Dos años después, cuando participó con su hijo, iba mejor preparado mentalmente. Inicialmente ambos pensaron partir en dos la etapa y dormir en el desierto, pero Juan Sebastián estaba compitiendo por puesto con los otros dos corredores juveniles, así que decidieron seguir de largo. “Hay que hacerla con mucha tranquilidad, parando de campamento en campamento cada diez kilómetros, porque se presentan muchas crisis”, dice Edgar, con la autoridad de quien la ha sufrido dos veces. Las primeras 16 horas pasaron en relativa calma, pero entre las tres y las cuatro de la madrugada —cuando les faltaban ocho kilómetros para llegar a la meta— Juan Sebastián se bloqueó y Edgar, quien antes había sido partidario de parar, no podía creerlo. “El dolor de piernas se reunía con el cansancio y las ganas de dormir”, señala el estudiante de Ingeniería Topográfica de la Universidad Distrital, que se prepara para ser fondista profesional como su padre. Edgar comenzó a conversarle a su hijo de la universidad, la familia, los amigos —de cualquier cosa que lo distrajera— y así lograron terminar la etapa, ganándose un bien merecido día para dormir. Juan Sebastián en el desierto.     El embrujo del desierto   Al final, a pesar del cansancio acumulado, del hambre y de las ampollas, todos quieren volver a Marruecos. Juan Guillermo y María Isabel quedaron enamorados del desierto y sueñan con regresar una tercera vez. “Es una experiencia muy intensa y te demoras mucho en asimilar lo que viviste en una semana”, dice la subcampeona, “pero es espectacular”. “Nunca me imaginé que un desierto pudiese ser tan hermoso. Uno no cree que podría andar 250 kilómetros en el Sahara”, dice Edgar. Por su parte, Juan Sebastián se puso la meta de volver el próximo año y ganar una etapa. “Y algún día, tal vez en siete u ocho años, ganar toda la carrera”, dice el joven, que se entrena en la Liga de Atletismo de Bogotá. Mientras tanto Federico, con el número 557 en la espalda, se alista para comenzar su propia aventura. “Aspiro a quedar entre los primeros treinta”, dice. “Aunque he esperado muchos años para asistir a esta carrera, así que no quiero arrepentirme después de no habérmela gozado”. Si quiere seguir en vivo a Federico en la Maratón de las Arenas, vaya a: http://runners.liveracetracker.com/#/pardof@hotmail.com?a=26MDS
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