Este titular –a mi juicio- es la mejor versión escrita para homenajear a quienes hasta ahora estuvieron al margen de las políticas humanitarias del Estado.
Vengo empujando una puerta que por múltiples razones la justicia no permite que se abra. Razones políticas, razones turbias, motivos oscuros, pero al fin sin argumentos jurídicos. Ha pasado muchísimo tiempo. Más del que supera la razonabilidad de los términos de la administración de justicia. Ejemplo claro: 24 años de impunidad en la peor masacre que haya tenido que padecer nuestro país. Llevo trabajando en nombre de muchos, muchos años. Eso lo hago con más propiedad que si solo lo hiciera por mi madre, mi familia y por mí. Esto legitima la lucha. En este momento –en el propio-, hago una pausa y respiro profundo una vez más. Esta vez para ver con gracia un avance que aunque parezca lánguido, es de la mayor importancia, y podría parecerlo así, ya que el tiempo como decía mi padre, se encarga de que todo se desvanezca. Como se ha registrado en los medios las víctimas del horrendo atentado al avión de Avianca son reconocidas por el Estado como tales en el marco del conflicto armado colombiano. Como tenía que ser desde hace mucho. Pero no importa. Aunque llega tarde, la noticia es bien recibida. Esto se da como resultado de una juiciosa y ardua lucha por los derechos de las víctimas del narcoterrorismo. Se trata de el primer día del resto de mis días y suena muy profundo. Tan profundo como importante es en materia de justicia y sobre todo en sentido emocional. Se trata también de una clase de exorcismo que define un punto de partida para redimir a quienes ajenos al conflicto fueron bautizados como daño colateral. Una vez tuve el inmenso honor de ser el “telonero” del maestro Alberto Cortés. Lo hice con poesía. Recuerdo las letras. Tengo tatuado en el alma ese momento porque además de ser uno de mis grandes ídolos, también lo era de mi padre. Esperaba ansioso a que esa noche en el Roberto Arias Pérez cantara “A partir de mañana”. Eso nunca pasó, pero igual me sentí muy feliz y honrado de conocer al maestro y de poder abrir su concierto en Bogotá. El bautizo de este escrito atiende a un clamor generalizado que en mi cabeza retumba y que hoy, aunque demasiado tarde, da una señal. Es también el resultado de una mezcla de emociones y sensaciones de amigos del alma. Me refiero al resultado positivo en materia humanitaria que obtuvimos gracias a los buenos y persistentes oficios jurídicos para lograrlo. Ayer los principales diarios en sus primeras páginas dieron cuenta del trabajo que desde la Fundación Colombia con Memoria venimos desarrollando en favor de las víctimas de Escobar y sus alianzas narcoparamilitares. Soy un hombre de convicciones y decisiones férreas. Muchas veces soy más que eso: soy terco y hasta obstinado. Cuando considero que hay derechos de por medio que hay que reclamar me la juego toda. Y me la vengo jugando toda hace ya varios años por las víctimas. He sido contundente en declarar que este no es propiamente el país que más se pueda jactar de ser un verdadero Estado Social de Derecho como lo proclama nuestra Carta. Por el contrario es un pseudo Estado, porque uno de verdad, no promueve la impunidad y deja de lado a sus víctimas en busca de la paz cuando deberían ser las protagonistas de esa gesta y no los terroristas. Con todo y eso –porque nuestra Colombia –que aguanta todo-, desde la polémica justicia transicional, nos reconoce como víctimas del desastre humanitario que lleva más de sesenta años de sangre ininterrumpida. Es la mínima respuesta que esperábamos. Se trata de una decisión de la mayor importancia, que luego de una lucha particular, pero en nombre de un universo de invisibles, hoy les da esperanza. No se trata de un agradecimiento por un regalo de parte de la cosa pública. Se trata de un gigante y espiritual “gracias” al Dios del cielo porque le pudimos demostrar al Estado que también tenemos derechos. Es el primer día del resto de mis días. Contiene todo el significado emocional y profesional; y claro, como hijo, amigo, novio y ciudadano hoy encarna en mí esa posibilidad de verlo de esa manera. Para que vean que cuando el Estado hace las cosas bien, aunque sea tarde, se mueven las fibras. ¡Atención señor Fiscal! Sepultando estas líneas por hoy debo agradecer a mi madre, a mi novia, a mi linda, a los consejos sinceros y desinteresados de mis amigos, colegas y alumnos por ser parte de esta historia que apenas da sus primeras muestras de aliento. Pero sobre todo a la Fundación Colombia con Memoria. Abrazo cálido. @colconmemoria presidencia@colombiaconmemoria.orgEl primer día del resto de mis días
Jue, 17/10/2013 - 15:23
Este titular –a mi juicio- es la mejor versión escrita para homenajear a quienes hasta ahora estuvieron al margen de las políticas humanitarias del Esta