Locomía

Mar, 19/06/2012 - 09:02
Como todo en este mundo, hay quienes creen en las bondades de la psiquiatría y quienes están del lado, muchas veces sin saberlo, de la antipsiquiatría. Muy parecido al debate que hubo entre la educ
Como todo en este mundo, hay quienes creen en las bondades de la psiquiatría y quienes están del lado, muchas veces sin saberlo, de la antipsiquiatría. Muy parecido al debate que hubo entre la educación, esa que “pone al pueblo bajo influencias comunes” (Kant) y la contraescuela (Estanislao Zuleta). Porque de lo contrario y como diría el cineasta Carlos Mayolo, cuando dos personas piensan lo mismo, uno de los dos no está pensando. Y ese es el principal problema de la democracia participativa. En todo caso, la teoría dice que el objetivo de cualquier terapia es que el paciente aprenda a conocerse, a quererse y a aceptarse para poder establecer relaciones armónicas con los demás, con el entorno y consigo mismo. Pero si el paciente entra con un cuadro psicótico y después de muchos años sale con un cuadro depresivo, debe darse por bien servido. El problema es que muchos terapeutas se quedan con el nombre del diagnóstico y se olvidan del nombre del paciente. Es decir, que lo encasillan de por vida, en vez de ayudarlo a manejar sus particularidades históricas, porque “la distancia hace creer que la diferencia es mayor, mientras que la cercanía comprueba lo contrario” (Jesús Martín Barbero y Carlos Fuentes). Ahora bien, si bien es cierto que los psicofármacos son un negocio, a veces son necesarios para ayudar al paciente y complementar la terapia, a pesar de los mitos y los estigmas que alrededor de todo este cuento se han creado. A los terapeutas les dicen que no pueden ni organizar sus propias vidas y a los pacientes les dicen loquitos, porque a los seres humanos se nos olvida que somos eso, seres humanos. Mientras tanto, desde “La historia clásica de la locura” (Foucault), seguimos encerrando a otras lógicas, porque la razón sigue en razonable decadencia, impidiendo que conozcamos más sobre el fascinante y desconocido mundo de la locura. Allí puede haber océanos, selvas y galaxias, pero sobre todo, personas que cruelmente son aisladas, como si sufrieran de una letal enfermedad contagiosa. Además, los locos nunca hablan de su locura. Ellos hablan de nuestra locura y no entenderlos nos produce inconscientemente vergüenza. Muchas veces son más inteligentes y más sensibles que nosotros y muchas veces lo único que necesitan es amor para traer a los agujeros negros a la tierra.
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